Alcalá
también tiene madrugá y nazarenos
negros, aunque no quieran ser los más apuestos. Una madrugá que no
necesita de entradas triunfales en Campana, ni de cronistas enciclopédicos.
Para eso ya tiene el gorjeo a la amanecida de los pájaros del árbol grande del
Perejil, la postal sepia de la Judea en el puente romano, la Pasión y Muerte
por soleares arcanas en los Pinos.
Alcalá
también tiene madrugá. A su manera.
Una madrugá sin prisas y de cálida
charla donde la única bulla
consentida es para rendirse al tridente mágico -beti, pringá, ligao- en el paraninfo de su más auténtica
universidad. Una madrugá de calles
intensas en las que todo se resuelve como el paso racheado y silente de una
noche mágica.