Para Ángeles, en su memoria.
Cuando nos reuníamos, siempre te gustaba que contáramos historias de aquellos años en que parecía que nada nos importaba, de cuando vivir era la excusa y todo giraba en torno al vivir mismo. Reíamos entonces al recordar los quince tonos de verde de aquel verano gallego con el amigo Lauro, o el rocambolesco viaje circular a las playas de Bolonia. Tú, los ojos bien abiertos como una niña pequeña, parecías que era la primera vez que escuchabas aquellas historias, y las gozabas, y nos arrastrabas con tu sorpresa renovada a seguir contando viajes, búsquedas, encuentros...
- ¿cómo fue aquello de cuando os gastásteis todo el dinero en comprar unas escobas?
Y, así, abandonados a los recuerdos, las horas y las risas nos llevaban tan lejos como tus ojos querían.
Hoy hace ya un año que nos desjaste, y quería recordarte así, riendo, escuchando absorta, pidiendo más y más recuerdos con los que alimentar los corazones.
¿Recuerdas, Ángeles, aquel viaje a Trevélez? Repasando fotos antiguas encontré algunas de aquellos hermosos días en el balcón del cielo, como decía Pau. Y qué mejor día que este para compartirlas contigo.
Lola y yo recién habíamos llegado de nuestro viaje de bodas y no dudamos en prolongarlo unos días más en vuestra compañía. Entrañables días aquellos que disfrutamos juntos, entrañables e inmensas noches plenas de estrellas, de risas, de verdades. Y de silencios, porque también los silencios así vividos son hermosos.
- ¡Qué fría bajaba el agua del río! ¿Te acuerdas, Pau?
- ¡Si es que se te ponían las manos y los pies morados!
Y un destello de emoción y felicidad ilumina tus ojos de nuevo, como a una niña pequeña que se deja emborrachar el alma por las palabras tiernas, amables, de su abuelo en el soleado jardín de la inocencia.
Lola, Ángeles y Paulino hijo en la ribera del río Trevélez. Agosto, 1996.
Pau, Ángeles, Juan Luis y los pequeños Ángeles y Paulino. Río Trevélez. Agosto, 1996.