Nunca me resultó muy claro ese
discurso de la “centralidad del tablero”, la verdad. Recientemente, el
compañero Pablo ha tenido que salir al paso de comentarios y acontecimientos
para intentar definir y reconducir esa idea suya del espacio político que
Podemos debe ocupar y cómo ocuparlo, y me temo que esto ha debido ser así por
la propia indefinición de ese concepto del que han querido imbuir a la
dirección política del proyecto desde sus inicios y a los terrenos que esto nos
estaba llevando.
En su blog “Otra vuelta de Tuerka”,
nos habla de dos aspectos principales. Por un lado, hace hincapié (como si
acaso hiciera falta) en el largo camino que separa a Podemos del partido de
Albert Rivera, Ciudadanos, para evidenciar que cuando se habla de centralidad
no estamos hablando de centro político. Por otro lado, equipara el espacio de
debate político, el “tablero”, con los temas de debate en sí mismos y no con el
propio espacio de discusión y generación de discursos.
Decía que nunca me resultó claro el
concepto, y no porque confundiera “centralidad”. Aunque, ya puestos, y
siguiendo el símil geométrico, podría decir que yo soy más partidario de “abrir
el campo hasta muy pegado a las bandas”, que sólo ensanchando bien el campo se
puede dominar al equipo contrario. Así juegan y ganan los equipos grandes,
haciéndose dueños de todo el terreno. Los que no tienen más o mejores mimbres
se tienen que conformar con apretar los dientes en el centro del campo para
contener al contrario y confiar en cogerlo en un contragolpe, siempre más o
menos previsible.
Pero lo que no me acaba de cuadrar
es, precisamente, la otra parte del axioma, aquella que se refiere al
“tablero”. Y no me cuadra porque, en el fondo, desvincular ese concepto de su
significado y referente espacial supone asumir el tablero actual como terreno
de juego válido, lo que implica, por tanto, asumir un espacio que se ha
demostrado ya obsoleto. No basta con querer traer nuevas formas, hay que voltearlo
todo. No basta con ocupar ningún espacio, hay que reemplazar ese espacio por
otro nuevo y limpio. Patear el tablero no es hablar de otras cosas, es,
fundamentalmente, hablar desde otros lugares.
En este sentido, respetar el
tablero antiguo como imagen del sustento de toda la partida es lo que, creo,
mayores problemas de entendimiento interno nos ha generado. Esa idea ha
impedido transmitir la necesidad de una regeneración política de fondo donde no
sólo importan los debates y las luchas sino también el espacio donde se llevan
a cabo. Dar por bueno el tablero existente nos ha empujado, en cierta forma, a
una particular endogamia Circular, donde hemos perdido, en muchos casos, la
principal perspectiva de la que partíamos: las calles y las plazas, las gentes,
los espacios vivos. Es, en definitiva, el origen de esa disputa interna entre
los que apuestan por máquinas electorales de salón y los que siguen apostando
por la pelea a pie de calle y desde abajo.
Habrá quien hable de la necesidad
de entrar en esos terrenos viejos para poder cambiarlos. Y no digo que no les
falte razón. De hecho, ese supuso el impulso primero para plantear la
estrategia de cambio a través de un partido político. Pero el error ha surgido
cuando hemos olvidado que el terreno de juego es y debe ser mucho más grande,
que al cambio no le podemos poner vallas, y que las cercas que haya están para
saltarlas. Hay que recuperar la idea de un tablero nuevo que exceda los límites
del viejo y que lo incluya, que lo absorba, un espacio de lucha y debate
políticos que vaya más allá de los espacios institucionales, de las máquinas
orgánicas y de las estrategias electorales, un espacio ciudadano realmente
abierto a la ciudadanía donde recoger la multiplicidad de sus voces en vez de
encorsetarlas con esquemas milimétricos. Difícilmente podremos cambiar la
historia desde dentro si no generamos ilusión desde fuera, difícilmente
podremos hablar de empoderamiento si perdemos los territorios realmente propicios
para ello.
Volver a las calles y plazas de
nuestros pueblos y ciudades es tarea urgente. Como lo es patear el viejo
tablero y poner sobre la mesa uno nuevo lleno de ideas, de voces, de caminos y
de manos. Y es urgente entender que sin ese tablero nuevo de nada servirá el
discurso de la centralidad, el de la superación de los esquemas ideológicos de
viejo cuño, el de la transversalidad, porque acabaremos siendo engullidos por
un sistema mucho más cómodo en esos terrenos de juego. Llevemos la partida a
donde el contrario desconozca el firme, a donde nosotros mejor sabemos
movernos. Recuperemos e impongamos primero, pues, nuestro nuevo tablero como
único camino posible hacia un cambio verdadero. Y luego ya veremos si la
estrategia es abrir o no el campo hasta las bandas.
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