Confieso
que me ha costado. Llegar ha sido una verdadera carrera de obstáculos, pero
tras mucho leer, mucho hablar, debatir, pensar y repensar, finalmente tengo la
decisión tomada. Y aquí va mi carta, con la intención de compartir.
A
estas alturas, no voy a esconder mi decepción no sólo con distintos aspectos
organizativos y formales de Podemos sino también con algunas personas de su
entorno. En el proceso de cambio por el que apostamos no sobra nadie, pero
hubiera preferido no conocer a ciertos elementos (los menos, eso sí), que
también en Podemos se hace gala del típico tópico del cainismo sevillano ¡y de
qué manera! Por eso, antes de que la desazón se convirtiera en úlcera, decidí
apartarme un poco para esquivar tanto “envenenamiento” y poder verlo todo desde
otro ángulo, cuando menos, más sereno.
Sin
participar ya, por tanto, de lo interno, me pongo en el lugar de los (¡ojalá!)
millones de votantes que no dejan su tiempo en los Círculos, en esos que ni
siquiera cuentan en los censos inflados de Vistalegre, en los que no saben quién
es Laclau, ni Stiglitz, en los que no han leído a Marx o no entienden las
bromas sobre Kant en los periódicos. Y hoy, a seis días de una jornada por
muchos motivos esperanzadora, me sumo a esa marea de carteras y carteros del
cambio para reflexionar por qué esta de Podemos, a pesar de tantas cosas, me
parece la mejor opción.
Quiero
decir, en primer lugar, que me parece un tremendo error que no se haya podido
presentar una candidatura unitaria potente de izquierdas. Echar las culpas a unos
u otros es desviar la atención, porque todos ayudaron, a su manera, al
desencuentro. Demasiados intereses, demasiados ombligos, que todos tendremos
que analizar si queremos avanzar realmente y de forma decidida. Mi gratitud por
los que sí que lo intentaron. Y mi deseo de que también los compañeros de IU-UP
logren un buen resultado el próximo domingo. En definitiva, todos sumamos.
Y
estando así las cosas, he de decir que leo los programas electorales y creo que
Podemos ofrece, en general, una propuesta seria y bien fundada. Ciertamente puede
que se haya rebajado el discurso inmediato en algunos puntos que entendíamos fundamentales,
aunque, como decía el profesor Monedero recientemente en una entrevista, quizás
haya que pensar que sólo se trata de acompasar el paso a unos tiempos más
pragmáticos alejados del exceso de dogmatismo, pero, eso sí, sin abandonar lo
que ha de ser el fin que se persigue. Pero por encima de esto, de ese debate
marcadamente interno, se presenta, a mi entender, un programa novedoso y se
apunta en firme a la línea de flotación de un sistema a todas luces injusto. Todos
somos conscientes de que el institucional no es el único camino, pero con este
programa, y tomando como referencia el enorme trabajo que ya se está realizando
en los Parlamentos autonómicos y en los Ayuntamientos, todo invita a pensar que
este es, también, el sentido correcto de la marcha.
Por
otro lado, y aún a pesar de algo que dije más arriba, he conocido en Podemos a
mucha gente muy grande capaz de dar todo por ese cambio, gente capaz de sacar
horas de donde puede, de su ocio, de su familia, para trabajar por un proyecto
ilusionante que devenga en una sociedad más justa, más humana. Y son estas
gentes las que, en su conjunto, han llevado a la ciudadanía el mensaje de que
sí se puede, las que les han abierto las puertas de las instituciones.
Que
queda mucho trabajo por hacer no es nada nuevo, y la más palpable prueba es conocer
a cientos de vecinas y vecinos que, aun sintiendo y sabiendo de la necesidad de
cambio, no acaban de dar el paso y confían en el trabajo sincero de todos estos
compañeros que día sí y día también activan nuestros barrios, que lo vienen
haciendo desde siempre, que lo hacen desde distintas plataformas, pero que, a
la postre, todos son identificados como las gentes de Podemos, como si eso
fuera una especie de clave ciudadana para activar la ilusión colectiva.
Y
pienso, por ejemplo, en mi vecino del 2º, el que me ha mirado cómplice en las
últimas tres citas electorales cuando me ha visto como apoderado en el colegio
al ir a votar, ese vecino que no se atreve a más, o no sabe, o le atenazan
otras urgencias, pero que confía en ese voto con ilusión. Y me pregunto qué pensará
si no encuentra a alguien que le represente y a quien decirle por bajo “¡a
éstos nos los vamos a comer hoy con papas!” ¿Y si pensara que, al final,
resulta que no se puede, que no se podía, que todo ha quedado, otra vez, en
nada? La gente es, por inercia, mucho de símbolos e imágenes.
Por
eso, el 20D, pensando más en la gente de la calle que en diatribas eternas sobre
quién es más o mejor, estaré en mi colegio como apoderado defendiendo un voto
que creo más que necesario a día de hoy.
Quizás
se trate de actuar con las tripas más que con la razón, como me decía una
compañera el otro día. Quizás. Pero conozco a mucha gente que espera ver los
tarjetones morados en los colegios como avance de una ilusión renovada. Y conozco
a grandes personas que están trabajando duro, y de forma absolutamente desinteresada,
por hacer valer toda esa fuerza social de la que se retroalimentan.
Lo
dicho, por todos ellos.
Un
abrazo. Y, por supuesto, no olviden. Y sonrían.
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