lunes, 30 de mayo de 2016

CULTURA. CERRADO POR OMISIÓN.






En muchas ocasiones he oído eso de que algo tenemos que parece que nos da vértigo cuando alcanzamos la excelencia. Y sí, en una primera y rápida vista, eso pareciera, que algo despierta en nosotros una especie de vértigo escénico. Sí, pero no… porque si acercamos el foco podemos encontrar que ni todo es tan casual ni todo tan poéticamente explicable. Y cuando hablamos de lo colectivo y de la Cultura, causa tanto sonrojo como decepción.

Estos últimos días hemos recibido las tristes noticias que nos llegaban sobre la desaparición de dos de las grandes citas musicales sevillanas, el Festival de Música de Cámara Joaquín Turina y el Terrritorios, ambos de referencia en el sector. Pero tampoco podemos olvidar otras citas importantes que se fueron cayendo recientemente del calendario sevillano, como eran Alamedeando y Zemos98. Y si remontamos la vista años atrás, podremos llorar por citas tan importantes a nivel internacional como el Festival de Cine, aquel que logró desbancar de categoría a su hermano donostiarra, o el Festival de Jazz, reconocido como uno de los más importantes del Estado. Incluso el Festival de Danza de Itálica estuvo un tiempo en el filo de la navaja. Otros, de momento, van sobreviviendo mientras miran de reojo. Igualmente, leemos atónitos las noticias que nos llegan sobre la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, como antes nos llegaron sobre las de Málaga o Córdoba, o sobre el Teatro de la Maestranza.

Hoy atravesamos una crisis importante y rápidamente se apuntan nuestros gobernantes a echar balones fuera con la excusa presupuestaria como mantra para aislarse de sus responsabilidades. Recordemos primero, porque es de justicia, que no fuimos nosotros quienes nos enriquecimos de forma vergonzante con el dinero de todos. Y una vez puesto esto sobre la mesa, recordemos también que es obligación de los gobiernos el fomentar la producción y el acceso a la cultura en tanto y en cuanto el carácter social y cohesionador de ésta.

Pero también hubo tiempos de cierta bonanza, por eso no sólo podemos achacar todo el peso a los factores económicos (recortes, menor poder adquisitivo, la asesina subida del IVA cultural, las deficientes políticas de mecenazgo…) sino que también deberemos acercar el foco a todas esas gestiones absurdas basadas más en el rédito político que en el necesario desarrollo cultural de la sociedad. En este sentido, hemos visto, siempre con tristeza, cómo se ha dejado en demasiadas ocasiones la gestión cultural en manos de intereses de partido antes que en profesionales cualificados. La cultura no se puede vender ni al peso ni al mejor postor, y a nuestros gobernantes les puede la desidia. El resultado ya lo conocemos.

Hace apenas unos días, la presidenta andaluza, Susana Díaz, cerraba con el Teatro Real un Acuerdo de colaboración. Por encima del  interés colectivo de llevar la Cultura, en este caso la música clásica y las producciones líricas, vía internet a los centros docentes andaluces, sobrevuela el interés partidista que la señora Díaz tiene ya en Madrid. De otra forma no podría entenderse que prefiera firmar este Acuerdo (del que desconocemos el coste) con el coliseo de la capital mientras está llevando a la ROSS a la desaparición por impago, por ejemplo. ¿Qué le impide hacer esa labor pedagógica y divulgativa con las orquestas y espacios escénicos andaluces? ¿Qué le  impide apostar sin trampas por estas necesarias instituciones andaluzas? Nada, desde luego, salvo su ego político. Mientras se le llena la boca hablando de los “buques insignia de la Cultura en el sur de Europa”, sus actos demuestran que, en el fondo, lo que le interesa es poco más que hacerse una foto bonita que venda bien su imagen política. Y así todo. Y todos. Tristemente.

Festivales, teatros, orquestas… espacios todos de creación que, tras alcanzar un alto nivel de excelencia y el reconocimiento internacional, se ven abandonados y abocados a la desaparición sin más explicaciones y casi por la puerta de atrás. Si no nos paramos a mirar bajo las alfombras, todo quedará en que el éxito los hizo morir de vértigo. Y seguiremos así amparando, con nuestro silencio, la deleznable parodia de nuestros gobernantes.












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