lunes, 14 de diciembre de 2015

FALTAN SEIS DÍAS Y ESTA ES MI CARTA






Confieso que me ha costado. Llegar ha sido una verdadera carrera de obstáculos, pero tras mucho leer, mucho hablar, debatir, pensar y repensar, finalmente tengo la decisión tomada. Y aquí va mi carta, con la intención de compartir.

A estas alturas, no voy a esconder mi decepción no sólo con distintos aspectos organizativos y formales de Podemos sino también con algunas personas de su entorno. En el proceso de cambio por el que apostamos no sobra nadie, pero hubiera preferido no conocer a ciertos elementos (los menos, eso sí), que también en Podemos se hace gala del típico tópico del cainismo sevillano ¡y de qué manera! Por eso, antes de que la desazón se convirtiera en úlcera, decidí apartarme un poco para esquivar tanto “envenenamiento” y poder verlo todo desde otro ángulo, cuando menos, más sereno.

Sin participar ya, por tanto, de lo interno, me pongo en el lugar de los (¡ojalá!) millones de votantes que no dejan su tiempo en los Círculos, en esos que ni siquiera cuentan en los censos inflados de Vistalegre, en los que no saben quién es Laclau, ni Stiglitz, en los que no han leído a Marx o no entienden las bromas sobre Kant en los periódicos. Y hoy, a seis días de una jornada por muchos motivos esperanzadora, me sumo a esa marea de carteras y carteros del cambio para reflexionar por qué esta de Podemos, a pesar de tantas cosas, me parece la mejor opción.

Quiero decir, en primer lugar, que me parece un tremendo error que no se haya podido presentar una candidatura unitaria potente de izquierdas. Echar las culpas a unos u otros es desviar la atención, porque todos ayudaron, a su manera, al desencuentro. Demasiados intereses, demasiados ombligos, que todos tendremos que analizar si queremos avanzar realmente y de forma decidida. Mi gratitud por los que sí que lo intentaron. Y mi deseo de que también los compañeros de IU-UP logren un buen resultado el próximo domingo. En definitiva, todos sumamos.

Y estando así las cosas, he de decir que leo los programas electorales y creo que Podemos ofrece, en general, una propuesta seria y bien fundada. Ciertamente puede que se haya rebajado el discurso inmediato en algunos puntos que entendíamos fundamentales, aunque, como decía el profesor Monedero recientemente en una entrevista, quizás haya que pensar que sólo se trata de acompasar el paso a unos tiempos más pragmáticos alejados del exceso de dogmatismo, pero, eso sí, sin abandonar lo que ha de ser el fin que se persigue. Pero por encima de esto, de ese debate marcadamente interno, se presenta, a mi entender, un programa novedoso y se apunta en firme a la línea de flotación de un sistema a todas luces injusto. Todos somos conscientes de que el institucional no es el único camino, pero con este programa, y tomando como referencia el enorme trabajo que ya se está realizando en los Parlamentos autonómicos y en los Ayuntamientos, todo invita a pensar que este es, también, el sentido correcto de la marcha.

Por otro lado, y aún a pesar de algo que dije más arriba, he conocido en Podemos a mucha gente muy grande capaz de dar todo por ese cambio, gente capaz de sacar horas de donde puede, de su ocio, de su familia, para trabajar por un proyecto ilusionante que devenga en una sociedad más justa, más humana. Y son estas gentes las que, en su conjunto, han llevado a la ciudadanía el mensaje de que sí se puede, las que les han abierto las puertas de las instituciones.

Que queda mucho trabajo por hacer no es nada nuevo, y la más palpable prueba es conocer a cientos de vecinas y vecinos que, aun sintiendo y sabiendo de la necesidad de cambio, no acaban de dar el paso y confían en el trabajo sincero de todos estos compañeros que día sí y día también activan nuestros barrios, que lo vienen haciendo desde siempre, que lo hacen desde distintas plataformas, pero que, a la postre, todos son identificados como las gentes de Podemos, como si eso fuera una especie de clave ciudadana para activar la ilusión colectiva.

Y pienso, por ejemplo, en mi vecino del 2º, el que me ha mirado cómplice en las últimas tres citas electorales cuando me ha visto como apoderado en el colegio al ir a votar, ese vecino que no se atreve a más, o no sabe, o le atenazan otras urgencias, pero que confía en ese voto con ilusión. Y me pregunto qué pensará si no encuentra a alguien que le represente y a quien decirle por bajo “¡a éstos nos los vamos a comer hoy con papas!” ¿Y si pensara que, al final, resulta que no se puede, que no se podía, que todo ha quedado, otra vez, en nada? La gente es, por inercia, mucho de símbolos e imágenes.

Por eso, el 20D, pensando más en la gente de la calle que en diatribas eternas sobre quién es más o mejor, estaré en mi colegio como apoderado defendiendo un voto que creo más que necesario a día de hoy.

Quizás se trate de actuar con las tripas más que con la razón, como me decía una compañera el otro día. Quizás. Pero conozco a mucha gente que espera ver los tarjetones morados en los colegios como avance de una ilusión renovada. Y conozco a grandes personas que están trabajando duro, y de forma absolutamente desinteresada, por hacer valer toda esa fuerza social de la que se retroalimentan.

Lo dicho, por todos ellos.


Un abrazo. Y, por supuesto, no olviden. Y sonrían.   



jueves, 3 de septiembre de 2015

PEQUEÑA MUERTE






                                          (foto de Nilufer Demir - Reuters)



                                                        ("Pequeña muerte", Hilario Camacho)




Huir del horror, de la barbarie infinita, de la desesperación y la desesperanza. Huir del olor a muerte, de la sangre en las aceras, de niñas violadas, de vidas despreciadas. Se llamaba Aylan Kurdi y tenía apenas tres años. Las playas turcas de Bodrum recibieron su pequeño cuerpo mientras gobernantes sin escrúpulos ni conciencia reducen la tragedia a un vergonzante mercadeo de salón.

Maldigo a esos cuervos, a esas alimañas que arrojan países enteros a la destrucción para alimentar su codicia. Maldigo a aquellos que se llenan la boca de leyes sólo cuando pueden sacar tajada. Maldigo y repudio a esos hijos de puta que luego blindan sus fronteras para que la vergüenza no les manche sus zapatos de niños ricos.

Mientras el pueblo sirio (y el afgano, y el eritreo, y tantos y tantos pueblos…) se desangra en las fronteras de una Europa-fortaleza a medida de las élites financieras, los Derechos Humanos son gaseados y apaleados, confinados en estaciones, contenidos entre alambres como una epidemia fantasma, o yacen arrojados en la arena, con sus chalecos rojos y sus zapatitos, como el pequeño Aylan en las playas de Bodrum.

Sonroja oír a nuestros gobernantes regatear como en un mercado, jugarse a los dados los tantos por ciento, intentando mirar para otro lado mientras esconden sus manos manchadas de sangre. El pequeño Aylan huía de la miseria financiada por EEUU, por Rusia, por China, por la UE y por los países árabes del Golfo Pérsico. Huía del odio irracional del poder, de la sinrazón del dinero y los intereses geopolíticos, para acabar con los labios hinchados y violetas, arrojado en la playa, sin derechos, sin vida.

Millones de refugiados y desplazados, millones de Aylan, recorren desesperados cada día el filo de la navaja. Una navaja que vulnera sistemáticamente los Derechos Humanos y que se niega a cumplir el derecho internacional mientras aboga por ahogar la esperanza en origen pidiendo que se bombardeen barcos y puertos para evitar así tenerse que mirar en los espejos, pero una navaja que no habla de zanjar de una vez por todas la rapiña con la que acosa la historia de los pueblos, la risa de sus gentes.

Al menos, una vez más, los ciudadanos han demostrado estar muy por encima de sus gobiernos mediocres y exigen el abrazo hermano y la mirada de reconocimiento en el otro. Aunque para Aylan ya sea tarde y nada ni nadie pueda enjugar su cuerpo de niño sobre las playas de Bodrum.






                                                       

sábado, 25 de abril de 2015

SOBRE LA CENTRALIDAD Y EL TABLERO.





Nunca me resultó muy claro ese discurso de la “centralidad del tablero”, la verdad. Recientemente, el compañero Pablo ha tenido que salir al paso de comentarios y acontecimientos para intentar definir y reconducir esa idea suya del espacio político que Podemos debe ocupar y cómo ocuparlo, y me temo que esto ha debido ser así por la propia indefinición de ese concepto del que han querido imbuir a la dirección política del proyecto desde sus inicios y a los terrenos que esto nos estaba llevando.

En su blog “Otra vuelta de Tuerka”, nos habla de dos aspectos principales. Por un lado, hace hincapié (como si acaso hiciera falta) en el largo camino que separa a Podemos del partido de Albert Rivera, Ciudadanos, para evidenciar que cuando se habla de centralidad no estamos hablando de centro político. Por otro lado, equipara el espacio de debate político, el “tablero”, con los temas de debate en sí mismos y no con el propio espacio de discusión y generación de discursos.

Decía que nunca me resultó claro el concepto, y no porque confundiera “centralidad”. Aunque, ya puestos, y siguiendo el símil geométrico, podría decir que yo soy más partidario de “abrir el campo hasta muy pegado a las bandas”, que sólo ensanchando bien el campo se puede dominar al equipo contrario. Así juegan y ganan los equipos grandes, haciéndose dueños de todo el terreno. Los que no tienen más o mejores mimbres se tienen que conformar con apretar los dientes en el centro del campo para contener al contrario y confiar en cogerlo en un contragolpe, siempre más o menos previsible.

Pero lo que no me acaba de cuadrar es, precisamente, la otra parte del axioma, aquella que se refiere al “tablero”. Y no me cuadra porque, en el fondo, desvincular ese concepto de su significado y referente espacial supone asumir el tablero actual como terreno de juego válido, lo que implica, por tanto, asumir un espacio que se ha demostrado ya obsoleto. No basta con querer traer nuevas formas, hay que voltearlo todo. No basta con ocupar ningún espacio, hay que reemplazar ese espacio por otro nuevo y limpio. Patear el tablero no es hablar de otras cosas, es, fundamentalmente, hablar desde otros lugares.

En este sentido, respetar el tablero antiguo como imagen del sustento de toda la partida es lo que, creo, mayores problemas de entendimiento interno nos ha generado. Esa idea ha impedido transmitir la necesidad de una regeneración política de fondo donde no sólo importan los debates y las luchas sino también el espacio donde se llevan a cabo. Dar por bueno el tablero existente nos ha empujado, en cierta forma, a una particular endogamia Circular, donde hemos perdido, en muchos casos, la principal perspectiva de la que partíamos: las calles y las plazas, las gentes, los espacios vivos. Es, en definitiva, el origen de esa disputa interna entre los que apuestan por máquinas electorales de salón y los que siguen apostando por la pelea a pie de calle y desde abajo.

Habrá quien hable de la necesidad de entrar en esos terrenos viejos para poder cambiarlos. Y no digo que no les falte razón. De hecho, ese supuso el impulso primero para plantear la estrategia de cambio a través de un partido político. Pero el error ha surgido cuando hemos olvidado que el terreno de juego es y debe ser mucho más grande, que al cambio no le podemos poner vallas, y que las cercas que haya están para saltarlas. Hay que recuperar la idea de un tablero nuevo que exceda los límites del viejo y que lo incluya, que lo absorba, un espacio de lucha y debate políticos que vaya más allá de los espacios institucionales, de las máquinas orgánicas y de las estrategias electorales, un espacio ciudadano realmente abierto a la ciudadanía donde recoger la multiplicidad de sus voces en vez de encorsetarlas con esquemas milimétricos. Difícilmente podremos cambiar la historia desde dentro si no generamos ilusión desde fuera, difícilmente podremos hablar de empoderamiento si perdemos los territorios realmente propicios para ello.

Volver a las calles y plazas de nuestros pueblos y ciudades es tarea urgente. Como lo es patear el viejo tablero y poner sobre la mesa uno nuevo lleno de ideas, de voces, de caminos y de manos. Y es urgente entender que sin ese tablero nuevo de nada servirá el discurso de la centralidad, el de la superación de los esquemas ideológicos de viejo cuño, el de la transversalidad, porque acabaremos siendo engullidos por un sistema mucho más cómodo en esos terrenos de juego. Llevemos la partida a donde el contrario desconozca el firme, a donde nosotros mejor sabemos movernos. Recuperemos e impongamos primero, pues, nuestro nuevo tablero como único camino posible hacia un cambio verdadero. Y luego ya veremos si la estrategia es abrir o no el campo hasta las bandas.