De pequeños, la primera de las fiestas de la primavera sevillana nos brindaba cada año un preciso y precioso aprendizaje emocional y sensual. Y así, de la mano de nuestros mayores, crecimos, alimentando la piel y la consciencia.
Imborrables aquellos recuerdos de recorrer la ciudad junto a mi padre, como antes él lo hiciera junto al suyo, descubriendo rincones, sombras, reflejos, sonidos... También fiesta y gozo y risas.
Hoy, después de una Semana intensa, mi hijo me decía que
"su momento especial" había sido, lejos del exceso y el ruido, ver Santa Cruz por la Plaza de la Alianza. Y he sentido en mi interior cierta emoción al reconocerme en mis mayores y sus ritos antiguos, la emoción de haber pasado el singular relevo de los sentidos.