Para
mi muy querido Paulino, en la noche de la boda de su hija Ángeles.
No solo tomamos consciencia real del tiempo -de la edad en realidad- cuando nos van faltando los mayores y pasamos a ocupar los lugares que ellos ocuparon, sino también cuando aquellos a quienes vimos nacer y espigar cumplen etapas a las que ya nosotros fuimos llegando hace algunas décadas, cuando ese andar nos lleva a colocarnos en el otro lado de la línea, cuando es nuestra mirada la que acoge y son nuestras manos las que sueltan, cuando la vida nos asigna el asiento que antes reservábamos nosotros a los que vinieron antes.
Pararte un día asombrado por ver cómo los pequeños ya casi
no caben en la cama, oírles de pronto palabras nuevas cargadas de historia, son
como aldabonazos que anuncian y que van dejando un poso de ecos. Pero nada como
el rito, la foto de familia donde vamos pasando poco a poco al fondo dejando
por escrito constancia del camino.
Ayer fue uno de esos momentos.
En cualquier caso, feliz de celebrar el tiempo, de celebrar
la felicidad, de celebrar la risa, y sobre todo de celebrar juntos. Hermosa noche
la de anoche, con muchos recuerdos y, también, con mucho futuro por venir.
Y, como me decía Pedro casi cuando nos íbamos, la siguiente
palabra esperada deberá ser ya otra vez en forma de llanto blanco y de manos
pequeñitas, pero no ya nuestras, o al menos no tan nuestras aunque así lo
pretendamos, ese nuevo paso adelante en esta fiesta.