En muchas ocasiones he
oído eso de que algo tenemos que parece que nos da vértigo cuando alcanzamos la
excelencia. Y sí, en una primera y rápida vista, eso pareciera, que algo
despierta en nosotros una especie de vértigo escénico. Sí, pero no… porque si
acercamos el foco podemos encontrar que ni todo es tan casual ni todo tan
poéticamente explicable. Y cuando hablamos de lo colectivo y de la Cultura,
causa tanto sonrojo como decepción.
Estos últimos días hemos
recibido las tristes noticias que nos llegaban sobre la desaparición de dos de
las grandes citas musicales sevillanas, el Festival de Música de Cámara Joaquín
Turina y el Terrritorios, ambos de referencia en el sector. Pero tampoco
podemos olvidar otras citas importantes que se fueron cayendo recientemente del
calendario sevillano, como eran Alamedeando y Zemos98. Y si remontamos la vista
años atrás, podremos llorar por citas tan importantes a nivel internacional
como el Festival de Cine, aquel que logró desbancar de categoría a su hermano
donostiarra, o el Festival de Jazz, reconocido como uno de los más importantes
del Estado. Incluso el Festival de Danza de Itálica estuvo un tiempo en el filo
de la navaja. Otros, de momento, van sobreviviendo mientras miran de reojo. Igualmente,
leemos atónitos las noticias que nos llegan sobre la Real Orquesta Sinfónica de
Sevilla, como antes nos llegaron sobre las de Málaga o Córdoba, o sobre el
Teatro de la Maestranza.
Hoy atravesamos una crisis
importante y rápidamente se apuntan nuestros gobernantes a echar balones fuera
con la excusa presupuestaria como mantra para aislarse de sus
responsabilidades. Recordemos primero, porque es de justicia, que no fuimos
nosotros quienes nos enriquecimos de forma vergonzante con el dinero de todos.
Y una vez puesto esto sobre la mesa, recordemos también que es obligación de
los gobiernos el fomentar la producción y el acceso a la cultura en tanto y en
cuanto el carácter social y cohesionador de ésta.
Pero también hubo tiempos
de cierta bonanza, por eso no sólo podemos achacar todo el peso a los factores
económicos (recortes, menor poder adquisitivo, la asesina subida del IVA
cultural, las deficientes políticas de mecenazgo…) sino que también deberemos
acercar el foco a todas esas gestiones absurdas basadas más en el rédito
político que en el necesario desarrollo cultural de la sociedad. En este
sentido, hemos visto, siempre con tristeza, cómo se ha dejado en demasiadas
ocasiones la gestión cultural en manos de intereses de partido antes que en
profesionales cualificados. La cultura no se puede vender ni al peso ni al
mejor postor, y a nuestros gobernantes les puede la desidia. El resultado ya lo
conocemos.
Hace apenas unos días, la
presidenta andaluza, Susana Díaz, cerraba con el Teatro Real un Acuerdo de
colaboración. Por encima del interés
colectivo de llevar la Cultura, en este caso la música clásica y las
producciones líricas, vía internet a los centros docentes andaluces, sobrevuela
el interés partidista que la señora Díaz tiene ya en Madrid. De otra forma no
podría entenderse que prefiera firmar este Acuerdo (del que desconocemos el
coste) con el coliseo de la capital mientras está llevando a la ROSS a la
desaparición por impago, por ejemplo. ¿Qué le impide hacer esa labor pedagógica
y divulgativa con las orquestas y espacios escénicos andaluces? ¿Qué le impide apostar sin trampas por estas
necesarias instituciones andaluzas? Nada, desde luego, salvo su ego político. Mientras
se le llena la boca hablando de los “buques insignia de la Cultura en el sur de
Europa”, sus actos demuestran que, en el fondo, lo que le interesa es poco más
que hacerse una foto bonita que venda bien su imagen política. Y así todo. Y
todos. Tristemente.
Festivales, teatros,
orquestas… espacios todos de creación que, tras alcanzar un alto nivel de
excelencia y el reconocimiento internacional, se ven abandonados y abocados a
la desaparición sin más explicaciones y casi por la puerta de atrás. Si no nos
paramos a mirar bajo las alfombras, todo quedará en que el éxito los hizo morir
de vértigo. Y seguiremos así amparando, con nuestro silencio, la deleznable parodia
de nuestros gobernantes.