La primera vez que crucé la bahía a bordo del vaporcito aún era niño. Desde entonces, ya me fascinaron su crujir de maderas, sus colores puros, su ronco ronroneo. Una vez sentado en sus bancadas, se me vinieron a la mente aquellos fantásticos vapores que cruzaban el Mississippi de las novelas de Twain, aquel río lleno de peligros y perdedores, pero también de amistad y confidencias.
El recuerdo del aire salobre y limpio de aquel día, las emociones al descubrir un mar -ahora sí- inmenso y azul, me acompañaron en un sinfín más de travesías, todas hermosas, todas únicas, en las que, inevitablemente, la bahía siempre me llevaba desde El Puerto a una Cádiz de sueño y gaviotas.
Ayer leí la noticia de que el vaporcito desaparecía, sin remedio, bajo las aguas, al pie del muelle Reina Victoria. Y el corazón se me revolvía, se me enredaba ya para siempre en tus sueños marineros.
Vaya en tu memoria esta letra de Paco Alba:
¡Ay vaporcito del Puerto
tú eres la alegría, tú eres la alegría
de ese muelle tan hermoso
con ese rumbo garboso
con que cruzas la Bahía!